He soñado que estaba en Japón y era una petarda total. Bueno, quiero decir que iba vestida con un quimono rosa y algunos adornos, aunque tenía el pelo muy corto. Estaba allí para participar en una especie de concurso de coreografías. Lo raro de todo es que participaba junto a un viejo que era un científico y participaba conmigo, aunque ahora no recuerdo si haciendo los bailes o no. El viejo tenía aspecto asiático, como si fuera chino o japonés. Con barba blanca y largos bigotes. Vestía una bata blanca de laboratorio bastante larga, y llevaba corbata verde.
Las máquinas de recuerdos
El caso es que habíamos terminado la primera parte del concurso y habíamos ganado, así que nos fuimos dando un paseo para relajarnos un rato. Fuimos andando por la ciudad, que me sonaba de algo, de haber estado en ella anteriormente, aunque en otros sueños. Se parece al equivalente onírico de una zona de mi ciudad donde había un famoso restaurante japonés. Y cuando iba por ese barrio en sueños solía perderme y deambular por calles que eran parecidas. Así que he vuelto a ese lugar imaginario una vez más.
Llegábamos a una zona abierta que era como una plaza alargada y había una especie de máquinas que funcionaban con monedas. Echabas la cantidad indicada y te salía una especie de plaquita o pin extra grande esmaltado con colores vivos y escenas y textos del lugar o alguna temática de Japón. Yo quería uno que tenía unas flores y cerezos y azul del agua y del cielo, pero no me llegaba el dinero. Las máquinas eran como unos elementos poligonales con algunas ranuras e indicaciones, pero todas unidas en esos enormes polígonos. La verdad es que parecían más muebles de cocina o taquillas de instituto que máquinas de vending de Japón. Eran raras. No tenían cristal, ni colores vivos, ni pantallas. Parecían más bien ladrillos gigantes.
Después de darle vueltas a las que había, que eran dos o tres bloques colocados en diagonal en el espacio, solo me llegaba para un pin metálico sin color ni esmalte. Pero entonces abría la trampilla donde dejabas el dinero, que era una especie de hueco cilíndrico, y había cantidad de calderilla dentro y más monedas asomando de la tapa del fondo. Nadie se había dado cuenta y podías coger monedas a puñados. Así que lo hice, aunque era robar, pero no me sentí mal por ello. Parecía algo natural. La gente me miraba alucinada pero al fin, cogían ellos también monedas. Así pude comprar lo que quería y me preparé para volver al concurso o competición. Pero no encontré al anciano. No había manera. No estaba.
El GPS siempre a mano en “Japón”
Después de muchas vueltas puse la aplicación de mapas para conseguir llegar al concurso de nuevo y apareció una especie de flecha en lo alto, por los cielos, que se creó entre los edificios y era la flecha de los mapas, pero como un objeto físico. Sólo yo podía verla y era muy fácil de seguir. Era como de un material rojo y brillante. El cuerpo de la flecha era un tubo de sección circular. No era plana. La flecha pasaba a gran altura, entre las copas de los árboles y los pisos segundos y terceros de los edificios, a varios metros de altura.
Fui siguiendo la flecha mirando hacia arriba. Me acuerdo de un bloque de pisos cuyos balcones tenían barandillas que eran como peceras con apenas dos o cuatro peces dentro. Eran bloques de cristal con agua, plantas, los peces… pero por algún motivo el edificio estaba inclinado, así que no eran bloques en fila recta, sino que iban colocados de forma ascendiente. Me recordaban a dibujo en píxel art. Eran una especie de fichas de lego gigante que a su vez eran acuarios, colocados escalonadamente de forma que se correspondía con la inclinación del edificio en la cuesta donde estaba construido.