Ensalada de submarinismo, graffitis y trajes antiguos

He recordado varios sueños hoy que componen una curiosa ensalada. Algunos vuelven sobre temas de hace pocos días. Me pregunto por qué aparece tantas veces la idea del submarinismo, del mar, de estar dentro de él. Es curioso.

En este sueño, N y yo nos apuntamos a una experiencia de submarinismo en una isla. Te recogían en unos coches que podían navegar y te llevaban a la zona de la inmersión junto con todo el material. Pero el equipo, que eran varias personas, y el material, que ocupaba mucho, dejaba sólo una plaza disponible en el coche, así que tuvimos que desplazarnos separados, por turnos, en el coche. Era una especie de Seat Panda de los antiguos, pero que podía desplazarse sobre el agua como una pequeña lancha.

 

Seat Panda

Seat Panda clásico, de Schumi4ever (Own work)

La isla objeto de la excusión acuática estaba en medio de la ciudad. En realidad, al verla, era muy pequeña. Quizá tendría unos 20 metros de diámetro, como una pequeña plaza. A su alrededor había agua que circundaba su perímetro y se podía ver cómo la isla tenía una forma puntiaguda, apoyándose la punta en el fondo marino.

A pesar de todo este conglomerado de ideas cutres, todo resultaba divertido y emocionante, realmente me sentía como si valiera la pena toda la historia. Recuerdo la imagen, cuando me tocó mi turno, con N sobre el borde mismo de la isla, mirándome, viéndome llegar en el cochecito. Apenas pudimos coincidir por los horarios estrictos, las normas de seguridad y la falta de medios de la empresa que se dedicaba a la inmersiones.

Más tarde, en otro sueño, estaba en una zona similar a mi antiguo barrio, donde solíamos salir por la noche con los amigos todos los jóvenes del barrio y casi de la ciudad. Era una zona de moda, con mucho glamour en el pasado pero que se había degradado con los años. Había un puesto de comida para vender, que consistía en una gran mesa cubierta con un mantel de tela roja, muy elegante. La mesa estaba llena a rebosar de toda clase de platos y bandejas: pasteles, bocadillos, cupcakes, ensaladas, croissants, hojaldres dulces y salados… Una luz cálida daba un aspecto irresistible a todos los manjares expuestos, e iluminaba la cara del vendedor. Él era un chico alto, algo grueso, rubio, sonriente. Tenía un aire nórdico, pero para mis adentros yo sabía que era español.

Alrededor de la mesa, las paredes, que habían sido blancas alguna vez, estaban cubiertas de grafittis pintados en varias épocas diferentes. El gotelé de las paredes estaba destrozado, con golpes, pintadas, arreglos sucesivos a través del tiempo ejecutados con más o menos gracia. También había una especie de «parches» de cemento liso y muy limpio en sitios diversos, sin orden o sentido alguno. Caminé hacia las escaleras y al empezar a bajarlas, en la planta inferior vi a un chico con el pelo negro y alborotado, muy delgado y sonriente, que hablaba con un señor de uno 50 años, con un bigote rubio. Estaban cerrando un trato por un nuevo grafitti que el hombre mayor se iba a llevar después con parte de la pared, dejando un parche de cemento después. Estaba interesado en el arte urbano y se dedicaba a comprarlo para volver a venderlo, o entregarlo a museos. Les propuse hacer lo mismo en todo el barrio, para poder mejorar el aspecto tan degradado y estropeado que tenía.

Escena de boda, por Francisco Mendieta

Francisco Mendieta (pintura del siglo xvii) [Public domain], via Wikimedia Commons

Más tarde, me reuní con mis amigas de la infancia y juventud, con las que aún tengo contacto a través de internet. Ellas viven en el pueblo de mi madre, a mil kilómetros de aquí. Pero de repente, estaba junto a ellas en un edificio de madera que tenía varias alturas en su interior. Un ventanal enorme delante de todas nosotras mostraba un paisaje impresionante y azulado, con unas montañas picudas, en la lejanía. Estábamos vestidas de época, con trajes y vestidos muy ricos, de aspecto pesado y llenos de bordados y botones forrados en tela, y cosas parecidas. Estábamos representando una obra de teatro al mismo tiempo que hablábamos de nuestras cosas. Recuerdo que apareció un caballero, también caracterizado, y al hablar con él sentí una emoción muy fuerte, pensando que era una persona a la que había estado esperando encontrar desde hace años. Pero no tengo ni idea de quién era.

Después de todas estas aventuras sin sentido, desperté.

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