Decepción

By Fernando Tomás from Zaragoza, Spain (Flickr) [CC BY 2.0 (http://creativecommons.org/licenses/by/2.0)], via Wikimedia Commons

Foto de Fernando Tomás (Flickr)

Hoy he tenido uno de los peores sueños de mi vida. Una pesadilla de la que me he despertado entre lágrimas. Lo curioso es que no pasaba «nada» en especial, pero los sueños no dejan de ser como cualquier otra cosa en la vida y no es lo que sucede, sino cómo te lo tomas.

En el sueño no sucedía nada muy triste, ni extraño. La mayor parte del tiempo simplemente debía caminar de un sitio a otro porque estaba buscando mi coche. «Mi coche» que no era mi coche, el que está aparcado en el garaje, ni tampoco otro coche que haya tenido antes. A lo mejor era un coche del futuro. Era oscuro, tipo berlina (tenía maletero) y parecía americano, aunque no tengo muy claro el porqué.

El caso es que el coche estaba en un sitio, yo en otro, era noche cerrada y me pasaba el tiempo llegando hasta él porque me lo había olvidado en alguna parte y debía recuperarlo para tenerlo listo e ir a alguna parte. No es algo muy importante, ni tenía el maletín del botón rojo ni pasaba nada más, pero las sensaciones dentro de mí eran espantosas. Sentía una soledad horrible y un agobio que me iba asfixiando conforme el sueño pasaba. Además, iba vestida como en pijama. No recuerdo cómo era, a veces parecía una camisola, otras un pijama de dos piezas con chaqueta y pantalón. Lo que sí recuerdo es que el suelo brillaba con las luces de la noche porque estaba mojado y yo andaba sin zapatos de un sito para otro tratando de resolver un problema que se alargaba y en mi cabeza empezaba a pesar una sensación agobiante de  decepción. No eran exactamente palabras, ni colores, no era una voz que oyese como pensamientos hablados ni puedo explicarlo mejor. Era la esencia misma de la decepción que lo inundaba todo como un manto oscuro y pesado que me impedía hacer las cosas, aunque a nadie más que a mí le pareciese que era así. Era la pura decepción, el fallo, la tristeza. Como si alguien me marchara diciéndome una y otra vez que no había conseguido nada en la vida, que era un ser prescindible y asqueroso, que no iba lograrlo jamás, que había desperdiciado mi tiempo y no se podía remediar. Así, una y otra vez, pero sin ni siquiera palabras. Sólo una tremenda sensación horrible que me iba ahogando lentamente por dentro, dentro de mi cabeza. Aunque a ojos de los demás mis movimientos eran normales, mis acciones eran ordinarias, aburridas y normales. Ir de aquí allá, entrar en el coche, hablar con N que estaba dentro, salir, ir a mi casa, darme cuenta de que el coche (aunque acabase de salir de él) estaba en otro sitio, ir al sitio, caminar, sentir la humedad en los pies, ver las luces nocturnas y sentirme miserable, ínfima, como un mosquito ridículo que a nadie le importaba.

Y en todo ese maremágnum de horror e impotencia, me desperté.